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  • Writer's pictureSOREN DANIELA MOLANO CAJAMARCA

El Salado: El eterno retorno a la violencia.

Updated: Apr 29, 2021

La Masacre del Salado fue uno de los episodios de violencia más atroces del conflicto armado contemporáneo de Colombia. Fue perpetrada entre el 16 y el 21 de febrero del 2000 por 450 paramilitares que asesinaron a más de 60 personas en estado de total indefensión (CNMH, 2009). El Salado es un corregimiento del municipio de Carmen de Bolívar, ubicado dentro de los Montes de María tenía 7000 habitantes antes del genocidio. Tras la masacre, El Salado se convirtió en un pueblo fantasma, tuvo 4000 desplazados de los cuales a corte 2019 solo han retornado 2800 (Semana, 2020). Veinte años después la violencia continua en el pueblo, las comunidades hasta el día de hoy, siguen siendo intimidadas con amenazas de muerte, se les exige que abandonen el corregimiento y den fin a iniciativas que fomenten la memoria colectiva. Pese a ello, el Estado no garantiza protección para los saladeños. Este caso ejemplar vislumbra los debates entorno a la justicia transicional, puesto que a pesar de ser víctimas del desplazamiento, violencia sexual, desaparición forzada y homicidio siguen siendo revictimizados, lo anterior evidencia la ausencia de Estado y la desprotección de los derechos humanos, lo que impide verdaderos procesos de verdad, justicia, reparación y no repetición.


La Masacre del Salado configura uno de los escenarios más sangrientos, de odio y polarización ideológica que se materializó en 42 masacres que dejaron 354 víctimas fatales “{…}la concentración temporal y territorial de masacres que se registró en esta zona era percibida como una marcha triunfal paramilitar, que hizo pensar que aquel momento en una sólida repartición del país entre un norte contra insurgente y un ser guerrillero” (CNMH, 2009, p. 16). El libro La Masacre del Salado, esta guerra no era nuestra hace una rigurosa reconstrucción de los hechos y pone en evidencia las consecuencias funestas de la estigmatización de la población civil atrapada en la lucha de los actores armados por el control político y territorial. Este informe es a su vez una invitación a la sociedad a reconocer y reconocerse en lo sucedido, a solidarizarse y movilizarse por las demandas de verdad, justicia y reparación de las víctimas de esta masacre.


Este hecho victimizó a los campesinos del Salado como consecuencia del enfrentamiento armado entre Estado, guerrilla y paramilitares, los pobladores fueron acusados injustamente de ser colaboradores de la guerrilla, por lo cual se generó persecución, señalamiento, violencia y asesinato por parte de los paramilitares, con el fin de eliminar al enemigo: la guerrilla. Los paramilitares del bloque norte, a cargo de los jefes Salvatore Mancuso, Rodrigo Toba y John Henao, habían declarado guerrillero a todo el pueblo a razón de las movilizaciones campesinas de los años setenta: “{…} Los impactos y dinámicas sociales y políticas entraron rápidamente en los cálculos de organizaciones guerrilleras. {…} La guerrilla intenta cooptar a la población supliendo vacíos institucionales. A la larga no fue capaz de actuar como protectora ni como proveedora.” (CNMH, 2009, p.17). Por lo anterior, El Salado se estigmatizó como un territorio subversivo y cómplice, también por su ubicación geoestratégica, dejó a los habitantes entre el fuego cruzado de los actores armados.


Los perpetradores de la masacre no tuvieron límites legales lo cual permitió que se actuara y transgrediera todo derecho humano, los habitantes del salado fueron sometidos a presenciar dispositivos y tecnologías de dolor, violencia, terror y asesinato, “{…} la masacre del salado se escenifica el encuentro brutal entre el poder absoluto y la impotencia absoluta” (CNMH, 2009, p.21). Pues crecer en un país en guerra deshumaniza a las personas, lleva a atacar a gentes sin rostros, no se ataca a individuos, sino la idea que representan, por esto los paramilitares inscribieron su poder sobre el cuerpo, el espacio y el lenguaje de los habitantes de El Salado, como se evidencia:


1 El cuerpo como elemento de tortura, masacre y suplicio: “{…} la hija del Chami Arrieta{…} esa muchacha tuvo una muerte horrible{…} la estrangularon y desnucaron, después de haberla desnucado, buscó unos palitos pequeños, le alzó la pollera, se la quitó y se los metió” (Testimonio #4, citado por CNMH, 2019, p. 56) el cuerpo se convirtió en botín de guerra, sujetos instrumentalizados como mecanismos de negación del otro y de afirmación de poder sobre el otro, ese otro sin humanidad, ese otro que representa a un enemigo.


2. El espacio, que constituye el dolor que se entreteje con el territorio: “{…} esta cancha, ahí era cuanto muerto mataban{…} sacaron unos tambores de la Casa del Pueblo, cantaban después de matar, se les veía placer al matar” (Testimonio #27, citado por CNMH, 2009, p. 52) los espacios individuales y colectivos se resignifican en el carnaval de la muerte, los vínculos con la tierra, con la casa, con la iglesia, con la plaza central y la cancha se fracturan, convirtiendo el pueblo en un escenario vivo, violento, sangrante y agonizante. Las narrativas mimetizan al sujeto con los lugares, se alimentan mutuamente en el sufrimiento, los lazos de identidad se transgreden y se reinventan en lo indecible.


3. El lenguaje, en la afirmación de un discurso sobre el otro: “{…} a Luis Pablo Redondo le dijeron –tu eres el presidente de Acción Comunal, guerrillero hijueputa-, le partieron la cabeza.” (Testimonio #7, citado por CNMH, 2009, p. 54) cuando se nombra se afirma o se niega el papel del otro en la historia, al disparar un discurso sobre el otro se encarna la ideología en el sujeto, que es susceptible de ser cosificado o eliminado. El lenguaje es una marca social que construye el conflicto, las palabras señalan, persiguen, y asesinan, aquí se reproduce la violencia y se perpetúan las dinámicas de la guerra.


El Salado sigue habitado por muertos y fantasmas, residen bajo la cicatriz y el recuerdo de la guerra, frecuentan aún los lugares: la iglesia, la plaza central y la cancha de futbol principalmente, es la presencia del pasado en un eterno retorno. Ahora bien, la justicia transicional ha representado las formas de testimoniar acerca de una herida, implica nombrar para reconocer e incorporarse dentro de una historia “{…} acreditan el momento histórico y ponen en perspectiva el prospecto de la paz como posibilidad. Aquí paz es, por supuesto, en su sentido más minimalista, el prospecto de detener el desangre” (Catillejo, 2016, p. 2). En este sentido, la Justicia Transicional, propone el dialogo como herramienta que construye rutas hacia un cambio, aparece en forma de promesa y de cura, la transición definitiva de la guerra hacia la paz, entonces sirve como un aparato institucional que provee paz a aquellos rotos por la guerra, reinventa sujetos desde el caos.


Por consiguiente, la Justicia Transicional proyecta la ilusión de la unidad nacional, ya que crea el imaginario de una sociedad cohesionada entorno a la paz (Castillejo, 2016), como señala el slogan oficial del proyecto presidencial del gobierno Santos (2010-2018): “Todos por un Nuevo País”. La Justicia Transicional estructura el tiempo y el espacio, como una ruptura entre un pasado violento donde se transgredió al sujeto; el presente transicional de restauración de los actores sobre si mismos; y, el futuro en forma de promesa. Es decir, arma un cambio social administrado a partir de la justicia, reparación, verdad y garantías de no repetición.


No obstante, hasta el presente año la violencia continúa desplegándose en amenazas de muerte, a muchos de los líderes y lideresas, (Semana, 2020) por ejemplo, a la lideresa Yirley Velazco que reivindica la dignidad y memoria colectiva de las mujeres víctimas de violencia sexual a raíz de la Masacre de El Salado, es perseguida y simultáneamente abandonada por el Estado. Lo anterior inhibe la reconstrucción el tejido social, puesto que persiste la destrucción de un proyecto de vida colectivo a partir del terror, la amenaza, la indefensión y posible reiteración de los hechos donde la omnipotencia paramilitar armada sigue señalando a El Salado.


En consideración, cabe resaltar que el perdón es un acto performativo, que implica un gesto de arrepentimiento “{…} el arrepentimiento de los paramilitares no depende de si matas, sino a quien matan” (CNMH, 2009, p.177) los victimarios reconocieron el asesinato a inocentes, pero con esto justificaron las consecuencias de la guerra, donde el objetivo es “asesinar al enemigo”. Por este motivo existe una continuidad de la violencia en El Salado, sin un Estado efectivo, ni una Justicia Transicional que abarque la multiplicidad de casos, voces y perspectivas.


En conclusión hay que ver la violencia como un proceso, en el que la tortura y la sevicia de la guerra prolongan el sufrimiento de las víctimas porque solidifican el recuerdo de los vejámenes vividos y tienen como consecuencia el entorno hostil que revictimiza al sobreviviente{…} la temporalidad de la persona que relata, un pasado que se desenvuelve en un eterno presente” (Castillejo, 2016, p.8) Colombia es un país cicatrizado que ha fundamentado la cicatriz como una forma de identidad, y, la Justicia Transicional es el mecanismo que permite habitar la herida para reconocer la verdad y desde allí reparar y consolidar garantías. Aunque esta, la Justicia Transicional es la herramienta más apta, es necesario la presencia de un Estado fuerte que posibilite el resurgimiento del tejido social de las víctimas y del territorio, de otra forma, en efecto permanecerá la violencia sistemática. Por último, es importante hacer hincapié y generar una reflexión frente a que los trabajos sobre memoria de las victimas sirven de alguna manera como un insumo de denuncia y de verdad, también resaltan los actos de barbarie sobre el sujeto, dado que los eventos traumáticos del recuerdo no son una opción sino terminan siendo una imposición de la Justicia Transicional al institucionalizar y exhibir el dolor del otro con protocolos estilizados de recolección de información.



BIBLIOGRAFÍA


-Castillejo Cuellar, Alejandro. (2016) “Introducción: Dialecticas de la fractura y la continuidad: elementos para una lectura crítica del paradigma transicional en América Latina” En: Alejandro Castillejo Cuellar (editor). La ilusión de la justicia transicional: perspectivas críticas desde América Latina y África. Bogotá: Editorial Universidad de los Andes.

-Castillejo Cuéllar, Alejandro, & Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Antropología. (2016). Poética de lo otro : Hacia una antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en colombia (Segunda edición ed., Colección general). Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Antropología, Ediciones Uniandes.

-Sánchez G. Gonzalo, Suárez, A., & Comisión Nacional de Reparacion y Reconciliacion (Colombia). Grupo de Memoria Histórica. (2009). La masacre de El Salado : Esa guerrra no era nuestra (2̂ ed.). Colombia: Taurus.

-Semana (2/22/2020) El Salado: 20 años con heridas invisibles que no cicatrizan. Recuperado de: https://www.semana.com/nacion/articulo/el-salado-heridas-invisibles-20-anos-despues-de-la-masacre/652162.

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