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  • Writer's pictureSOREN DANIELA MOLANO CAJAMARCA

Cicatrizar para los Wayuu.

Updated: Apr 29, 2021

“Vivir-morir Crecemos, como árboles, en el interior de la huella de nuestros antepasados. Vivimos, como arañas, en el tejido del rincón materno. Amamos siempre a orillas de la sed. Soñamos allá, entre Kashi y Ka’i, el Luna y el Sol, en los predios de los espíritus. Morimos como si siguiéramos vivos”


“Kataa o’u-outaa Mulo’ushii waya, müin aka saa’in wunu’u süchikanainru’u tü wapüshi sümaiwajatkalüirua. Kato’una waya, müin aka saa’in alekerü, süsheke’eru’u shi’nüin tü weikaa. Acheküshii waya weinshi sotpa’a tü miaasükaa. A’lapujaashii waya cha’aya, sainküin Kashikaa je Ka’ikai, suumainpa’a tü asheyuuwaakalüirua. Outushii waya müin aka katakai wo’u.”

Vito Apushana. Poeta Wayúu


El presente ensayo reconoce como se institucionaliza el dolor en los escenarios transicionales bajo códigos estadocéntricos que tipifican, clasifican y catalogan dicho sufrimiento; reproducen dinámicas coloniales que imponen sobre el sujeto las formas de curar y testimoniar acerca de la herida que ha dejado la guerra. Por tanto, el trauma y la experiencia de la guerra se traducen a partir del modelo de tiempo que establece la institucionalidad jurídica, por esto es importante pensar la descolonización de los procesos transicionales. Este texto analiza otra epistemología del dolor a través del estudio de caso de la Masacre de Bahía Portete contra las mujeres de la comunidad Wayuu.


La Masacre de Bahía Portete fue perpetrada entre el 18 y 20 de abril del 2004, en el municipio de Uribia, en la Alta Guajira, ejecutada por un grupo de 50 paramilitares (CNMH, 2010). La masacre dejo más de 6 víctimas fatales, 4 de ellas mujeres; instituciones y viviendas destruidas y una comunidad aterrorizada pues existió un planeado ejercicio de terror que ilustró los intereses en disputa, usaron estrategias de subordinación violenta para relacionarse con los Wayuu. Con respecto al enfoque de género existe una vulneración diferenciada al sujeto, en la violencia y tortura sexual ejecutada por los paramilitares; las indígenas wayuu fueron un botín de guerra a razón de ser mujeres y voceras comunitarias. Con lo anterior es posible analizar violencias estructurales, pues apelan a la condición de poder social, político y cultural impuesto, los paramilitares, hombres, blancos y occidentales, transgrediendo la identidad de la mujer indígena; también los agresores focalizan sus acciones sobre las mujeres de Bahía Portete precisamente porque ellas cumplen en el cuerpo social wayuu un papel determinante en la comunidad matrilineal, al violentarlas fracturan el orden moral de toda la población:


La violencia ejercida como una forma de castigo contra las mujeres Wayuu que asumen un papel de activo en la defensa sus comunidades, no solo como mediadoras, ante los actores armados para la reivindicación de su autonomía territorial y de gobierno, sino también como retadoras a las políticas de dominio de estos. (CNMH, 2010, p. 17)


La instalación de un modelo patriarcal y autoritario, cosifica el cuerpo de la mujer indígena en la disposición carnal del mismo, este, fractura unos marcos morales de conducta de las relaciones entre hombres y mujeres no sólo en la esfera pública, sino también privada, socava los cimientos del orden ético y ritual, es en efecto, una agresión al tejido social, convirtieron la figura femenina en motivo de exhibición y escarnio, estrategia para afirmar su poder en la comunidad indígena wayuu. La notoria violencia simbólica se evidencia en la intimidación y la impunidad de los hechos “terror como mecanismo de control, la certidumbre de la muerte cohabita en la incertidumbre de la vida (Castillejo, 2020, p.10). La violencia desestructura lo estructurante, es decir la cotidianidad de la vida.


La Masacre fue un recurso criminal para doblegar la resistencia de la comunidad wayuu, para la consolidación del dominio armado y territorial del grupo paramilitar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Los paramilitares recorrieron todo el lugar profanando espacios como la tierra, el río, el cementerio, los hogares, los establecimientos e instituciones torturando y asesinando a sus víctimas, vulneraron de forma contundente las bases más profundas de la identidad étnica de los wayuu como sujeto colectivo, ligada estrechamente al territorio. La agresión contra el universo wayuu “se trata de violaciones de derechos humanos, generalmente subestimadas en sus impactos, que amenazan no solo el patrimonio histórico, cultural y mítico de estos pueblos, sino su propia supervivencia como comunidad étnica” (CNMH, 2010, p.20). Este evento quiebra dramáticamente el sentido de unidad y cohesión social “una ruptura total de su identidad, de su entorno colectivo y una manera de acabar con su imaginario cultural” (Villa, Hougton, 2005). El desarraigo que provoca la guerra con el desplazamiento, los asesinatos, las torturas y el saqueo paramilitar, conduce al abandono de las viviendas, los animales y la tierra, esto afecta lo ritual y lo simbólico asociado a la identidad, autonomía, reconocimiento y dignidad de los Wayuu. Para los wayuu el territorio representa:


El lugar en donde se desenvuelve, día por día, el entramado de sus relaciones individuales, colectivas, interclaniles, e interculturales; que es posesión de todos cuando se comparten, regulan y controlan sus riquezas naturales; y que es posesión del eirrükü (clan) cuando es por todos asumido que hay un cementerio, unos animales, y hombres y mujeres que defenderán y perpetuarán el clan respectivamente. Y que es un universo definiendo cuatro mundos que jamás deberán ser desequilibrados: lo que somos hoy, lo que seremos mañana, lo que lograremos si nuestros familiares mantienen la costumbre, y nuestro regreso a ellos, dependiendo de aquellos que hace mucho tiempo nos crearon y nos repartieron por toda la península. (Alcaldía Municipal de Albania-Guajira 2004, p. 127)


El abandono de sus recursos, herencias, animales y tierras en donde se encontraban sus ancestros rompe el equilibrio entre el mundo de lo natural y el de lo sobrenatural, que supone según sus creencias una catástrofe que debe ser castigada con hambre, muerte e inundación “Ante tanta matanza en esta masacre, los espíritus de los difuntos no están en paz, y nosotros tampoco” (Testimonio CNMH, 2010, p.15).


Las violaciones sistemáticas a las mujeres no sólo representan una agresión y tortura individual, sino que amenazan la construcción de lo colectivo. Por lo anterior, los procesos de reparación para los Wayuu deben llevarse a cabo no solo con las personas, sino también con el territorio, es pertinente curar los escenarios de memoria de la guerra para reconstruir el tejido social.


Las violencias de larga temporalidad son como afirma Castillejo (2020) daños históricos, que marcan cuerpos, territorios e identidades, desde las secuelas de la guerra las personas intentan habitar el mundo de lo herido. Quien testimonia: los sujetos de dolor, enuncian formas de existir desde la catástrofe, que no se sitúa únicamente en lo humano, sino también en lo espiritual, lo animal, lo natural, lo incorpóreo, (Castillejo, 2020) aquello inconcebible para el lenguaje transicional occidental, moderno y estadocéntrico. Para los Wayuu la violencia afecta e interviene la realidad de los que están y no están, hablar con los ancestros son formas de remendar lo social y los lazos con espíritus del futuro, para recobrar el equilibrio cósmico.


En este orden de ideas, hay que descolonizar la justicia transicional, es esencial que se priorice el lenguaje y las epistemologías a partir de los códigos propios sobre el territorio y la cultura, el Estado tiene el deber de garantizar que la justicia, la reparación, la verdad y la no repetición satisfagan los intereses locales de la comunidad Wayuu. Por esa razón, los procesos con la comunidad de Portete que no articulen el código cultural puede desembocar en revictimizaciones o quebrantamientos del orden social entre los wayuu, por ejemplo, ellos les asignan daño y agencia a las entidades no humanas, cuestión invisibilizada por la justicia transicional.


Ahora bien, un ejemplo de sanación hecho desde la perspectiva indígena es la palabra como expresión de la mente tiene un poder curativo sobre el cuerpo, canal de expresión de los traumas (Cabanillas, 2013), para remendar lo social las organizaciones de mujeres en la guajira como las Wayuumunsurat Mujeres Tejiendo Paz, la alianza organizativa Sutsuin Jiyeyu Wayuu-Fuerza Mujeres Wayuu han construido memoria colectiva desde Yanama, el compartir experiencias y contar historias, la oralidad en la cultura wayuu permite que sus descendientes conozcan su pasado, sus derechos y la importancia de exigir un espacio para crecer. Entonces la palabra hablada como eje para el reconocimiento del testimonio, el pasado y la memoria tiene, en efecto, un corte denunciativo, mediador y reparador que restaura el orden moral y estructural en la comunidad.


En conclusión, es fundamental resaltar que el daño y el dolor es diverso y complejo, por tanto, hay que descolonizar el lenguaje eminentemente antropocéntrico de la justicia transicional, comprendiendo la reparación, y las formas de enunciación de los/las otrxs, para lograr procesos incluyentes, interactivos, respetuosos y efectivos con la comunidad, ya que gran parte de la población puede no sentirse representada con las medidas institucionales. Es importante hacer hincapié en las preguntas: ¿A qué o quién se nombra como víctima? ¿Dónde se localiza el daño? ¿En qué espacio y temporalidad se debe construir la historia de la guerra? ¿Para quién es la memoria? ¿Quién debe escribir la memoria? ¿En qué lengua será narrada la historia? para repensar la descolonización de lo transicional y no seguir reproduciendo relaciones de poder. Considero que esta teoría del cambio social post-guerra debe ser administrada bajo las condiciones de los sobrevivientes o víctimas, las concepciones propias de autonomía territorial y judicial. La memoria debe ser multidimensional y polifónica, reconociendo la verdad a través de quienes vivieron los hechos, y, la reparación como un insumo emancipador para la comunidad, como en el caso wayuu, la palabra hablada como resistencia del pueblo indígena contra la impunidad y el olvido. Cabe resaltar que la lucha de las comunidades indígenas por el territorio, superan los 60 años de conflicto armado colombiano, pues la recuperación de la tierra ha sido una constante desde la llegada de los españoles al continente americano, esta es una de las razones por las que la historia que entreteje el presente, el pasado y la vida para la población que está contenida en el territorio. En este sentido, es fundamental abrir paso a las diferentes formas de ver el mundo, los testimonios, los daños y restauraciones en lo transicional para lograr procesos efectivos de verdad, reparación y no repetición que reconstruyan a partir de las ruinas lo social.


REFERENCIAS


-Alcaldía Municipal de Albania-La Guajira. (2004). Esquema de ordenamiento territorial. Municipio de Albania, La Guajira. Disponible en: http://cdim.esap.edu.co/BancoMedios/Documentos%20PDF/eot%20-%20albania%20- 20guajira%20-%20capitulo%20ii%20- 20diagnostico%20territorial%20iii%20(63%20p%C3%A1g.%20-%20326%20kb).pdf.

-Cabanillas Natalia (2013) Incorporando La Nación: Mujeres Africanas Ante La Comisión De Verdad Y Reconciliación Sudafricana.

-Castillejo Cuellar Alejandro (2020). Remendar lo social: espíritus testimoniales, arboles dolidos y otras epistemologías del dolor en Colombia: Revista de Estudios Sociales.

-Informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (2010). La Masacre de Bahía Portete. Mujeres Wayuu en la Mira. Bogotá- Colombia: Ediciones Semana.

-Villa William & Houghton Juan (2005).Violencia política contra los pueblos indígenas de Colombia. Medellín: Altovuelo Editores.

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